Hablar de Carnaval es hablar de celebración. Sin ese componente lúdico no podemos hablar de Carnaval, ni en Casas de Haro, ni en ningún pueblo de Castilla-La Mancha.
Pero también tiene como característica este antruejo un cierto descontrol, hilarante fórmula en la que se considera el mundo al revés: en el que el niño se convierte en anciano y el anciano en niño, el deseado mancebo en delicada dama, y la delicada dama en viril caballero.
Quizá ese "todo vale" implique que el Carnaval se viva desde las máscaras. Así nadie puede conocerte y sumergirte en ese "descontrol" que existe en esta fiesta. Se trata de una fiesta que en nuestro pueblo tuvo muchísima aceptación.
No estamos en mal camino hablando de cuadrillas enteras que ya iban de baile en baile y de día en día, desempolvando cualquier atuendo de la abuela que encontraban entre los baúles y arcones de las cámaras y supliendo en muchas ocasiones con imaginación cualquier problema de última hora: que hacía falta un componente, cualquiera se movía por el barrio de abajo, o el de arriba, y buscaba entre vecinos, familiares o amigos, para que salieran con el grupo.
Que faltaban unos leotardos verdes, se echaba a volar la imaginación y con ella los pasos para pedírselo a aquella persona que se sabía que lo tenía. Cuántas y cuántas procesiones a casa de la Magdalena, en el barrio de abajo... Cuántas y cuántas procesiones a casa de Pili y José María, llamado en el pueblo "el Gallo", para que saliera en uno u otro grupo. Cuántas y cuántas procesiones a casa de Juliana, la del Moreno, para que nos dejara esto, lo otro o lo de más allá... y lo mejor es que siempre salíamos espléndidos.
Y es que, amigos, antiguamente los Carnavales sí eran Carnavales. Aquellos días de exceso, descontrol, pero también de fiesta expléndida, de esos guateques en la discoteca Aida, abierta en 1978, y que supuso un punto y aparte para los carnavales. Anteriormente, en los bailes de El Pluma, de Graciano, etc... cualquiera podía ir y demostrar que el Carnaval era cosa de Casas de Haro.
Pero la gente aún hoy recuerda aquellas fiestas en el local Aida; aquellas semanas enteras de Carnaval que atraían gente de los pueblos de alrededores; aquella energía que derrochaba el pueblo para pasárselo escandalosamente bien. Esos carnavales que podían durar varios días, y que no finalizaba con el entierro de la sardina, sino que seguía ya entrada la Cuaresma, en la semana siguiente al carnaval.
Eran días de compañerismo, de feliz convivencia, de risas, de ilusión, de imaginación, de esperanza, de unión. Aquellos Carnavales que todos hemos disfrutado. En el Aida se hacían también carnavales infantiles por la tarde del sábado, y muchos niños y niñas nos disfrazábamos en ese entonces por la tarde y luego por la noche. Es más, nuestros padres se disfrazaban varios días
seguidos.
¿Es difícil continuar con esta tradición? No lo creo: ha decaído mucho; mientras que vecinos pueblos como la Roda, Tarazona de la Mancha o San Clemente han sabido aprovechar esta fiesta y conseguir aupar sus Carnavales, Casas de Haro ha permanecido estático, o quizá con un cierto regusto pesimista, han dado un paso hacia atrás. Y no hay que culpar, como casi todo, a las autoridades; quizá deberíamos culparnos a nosotros mismos. Ha habido esfuerzos para que cale un desfile y bailes de disfraces con intención de hacer nuestro Carnaval vistoso y colorido, pero debemos ser nosotros los que, con nuestros actos, y nuestra ilusión, consiga que el Carnaval prenda con una llama más ancha en nuestros corazones y volvamos a vivir el Carnaval como a principios de los 80, quizá los años en los que más se disfrutó del Carnaval en nuestro pueblo.
El Carnaval, en conclusión, tiene también mucho de cutre y de hortero, mucho de sábado de ansiosos y domingo de deseosas, tiene también mucho de arte y de exceso, pero no podremos negar que tiene también algo de nosotros mismos. Larga vida al Carnaval que comienza, como no puede ser de otro modo con Jueves Lardero.
Fotografías cedidas por: María Teresa Madrid Fernández.