Pedazos de nuestro pueblo, pedazos de nosotros mismos. Adéntrate en este blog y descubre trocitos singulares de nuestro presente y de nuestros antepasados. Espero que te guste y espero tus comentarios al final de los artículos.

sábado, 18 de julio de 2015

ADIÓS, CASAS DE HARO, ADIÓS

¡Ay mísero de mí, y ay, infelice! 
Apurar, cielos, pretendo,
ya que me tratáis así
qué delito cometí
contra vosotros naciendo;
aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido. 


Permítanme comenzar con estos versos del poeta Calderón, ya que soy carne de papel, o de utensilios, o de muebles. Y ahora con mayor motivo, porque después de unas elecciones, han decidido talarme. He oído decir que no estaba en este programa electoral, pero tantas cosas se mantienen ocultas para luego darse de bruces con la cruda realidad... Quizá el sonido en el viento de la motosierra avise a mis vecinos árboles que, uno u otro día, pueden amanecer en el suelo, por una decisión política.

Hace 60 años una mano primorosa, la que ahora me corta, me plantó en un lugar inhóspito del pueblo de Casas de Haro. Asistí a una modernización de este pueblo manchego y mis ojos vieron cómo se construía el consultorio médico en mi mismo tronco. Asistí orgulloso cómo aquellos médicos salvaban vidas, cómo el ajetreo de un pueblo se producía cerca de mí.

Cuántos enamorados sellaron su amor bajo mi copa, cuántos jóvenes hablaban de sus cosas bajo mis ramas. Vi cómo la Asociación Juvenil tenía su sede, cómo los jóvenes iban y venían, primero con las bicicletas, después con las motos y al final con sus coches. Hasta con el Club del Real Madrid de Casas de Haro he celebrado copas, ligas... y he asistido impotente cómo se han perdido grandes y reñidos encuentros.

Asistí lágrimas de despechadas, secretos que yo solo me he guardado, algún que otro primer cigarrillo, muchos primeros besos y también el mal llamado "botellón", tan de moda ahora, que servía como reunión a los jóvenes.

Sin embargo, la mano humana que me plantó, ahora, no sé si por el destino, o por la maldad, me ha talado.

Ya no podré dar sombra a las gentes de Casas de Haro, no volverán las oscuras golondrinas, como decía Bécquer, ni siquiera alguna que otra despistada ardilla podrá correr su maratón por mis ramas. El viento frío en invierno y el viento cálido en verano ya no podrá mecerse y balancearse por mi copa.

El jueves 16 de julio de 2015 respiré por última vez, di sombra por última vez, sentí la savia moverse por mi tronco y mis ramas por última vez. Ahora sólo puedo yacer inerte en el suelo. Unos señores me cortaron mis alas hacia el cielo; no podré volver a ver el sol, ni siquiera podré competir con mis vecinos para ver cuál de nosotros es el más alto. Y todo por la mano experta, que a este paso, no dejará árbol vivo en este pueblo.

He oído decir que era porque fastidiaba a los vecinos (hasta un árbol por existir puede fastidiar), otros porque amenazaba con caerme (ahora ya ni siquiera ponen carteles por ahí diciéndolo).

Sólo me queda la satisfacción de haber pertenecido a este pueblo, de haber vivido para sus habitantes y haber presenciado el crecimiento de muchos y cada uno de los casasdehareños. El jueves 16 de julio de 2015, el Ayuntamiento me condenó a la tala. Quizá ahora, mi alma, elevada al cielo, entienda el por qué una decisión política deja una estela de desolación y destrucción a su paso.

Adiós, Casas de Haro, adiós...






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