Hoy hablaremos de una parcela de nosotros mismos encerrada bajo llave largos años. Hoy nos adentraremos en nosotros mismos para descubrir que nuestra cultura, nuestra esencia, nuestro acerbo siguen estando perennes en nosotros mismos, aunque no podamos verlos.
El monumento era un retablo que se exponía en Casas de Haro durante la Semana Santa, en la Iglesia de Santa María Magdalena, ubicada en el Barrio de Abajo. Era montado el Jueves Santo por la noche y retirado dos días después, como preludio a la celebración del Domingo de Resurrección.
Este retablo ocupaba toda la parte frontal del altar de nuestra patrona, Santa María Magdalena, y se organizaba en distintos cuerpos y calles que giraban en torno a una escena de la Pasión de Nuestro Señor: Jesús Amarrado a la Columna, una suerte de Ecce Homo que a todos nos mira suplicante, interrogante, cual Padre y Señor nuestro.
Hace ya muchos años, tuve acceso a este retablo y pude comprobar in situ su estado de conservación. No es quizá el más óptimo y dadas sus condiciones, cuando quizá queramos hacer algo, será ya demasiado tarde.
Paseándome por la cara de Cristo Amarrado a la Columna, soportando ese olvido, soportando los tiros -que los tiene- de guerras civiles, y observando sus maravillosos detalles, no me queda otra cosa que sorprenderme ante tanta belleza encerrada. Esa escalera hacia el cielo, esa cruz desnuda, esos angelotes que salpican toda la escena, esas columnas y molduras que enmarcaban todo el monumento. Poco menos podemos palidecer ante tanto bueno que nuestros antepasados nos dejaron y que, sin embargo, ahora, yace olvidado en un rincón.
En este mundo en el que lo más intenso es el presente, no entiendo por qué nos desprendemos tan rápido de nuestro pasado. ¿Por qué no tenemos la posibilidad de sacar a la luz esos recuerdos, como quien desempolva un recuerdo de la niñez escondido en un baúl? ¿Por qué este Cristo amarrado a una columna custodiado por legionarios romanos, que mira suplicante, débil, apenado por el aquél de su destino no puede volver a salir a la luz y participar de pleno derecho como anteriormente lo hacía?
He asistido a lo largo de mi vida a algunas torpezas sobre nuestra historia: he podido leerlas, me han sido contadas, pero ser testigo in situ de tal desafección sólo me deja preguntarme el porqué de tanta desidia, y lo fácil que sería apelar a ese espíritu de unión que construyó el barrio del centro, no sin porblemas, no sin esfuerzo para desenterrar joyas como ésta. Pero ésa, queridos casasdehareños, es otra historia... quizá no ésta que estamos contando.
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